Valeria recibe una visita que le toma la mano. Con los ojos vendados, es incapaz de saber que se trata del fiscal Miguel Reyes. Deseosa de saber si es un medico, Miguel -en vez de responderle- le ofrece ayuda, pero Valeria se desespera por conocer la identidad de su visitante.1

Aunque no es hora de visitas, Encarnación se presenta en la cárcel para hablar con Valeria. Allí se entera que la joven está en el hospital. Por su parte, Miguel entra a la habitación de Valeria y la encuentra vacía. Colérico, no puede creer que se haya perdido. Valeria se baja del taxi en el Terminal de autobuses. Dos "malandros" la acosan y ella los encara con aplomo.

Valeria explica que su ceguera es temporal. De pronto es llamada a presentarse en la oficina de la directora. Ante el interés de Imperio en saber cómo es Valeria, la directora la describe como una mujer indomable. Imperio se entrevista a solas con Valeria; la examina con presunción. Frente a su trato altivo, Valeria se muestra arisca y desconfiada.

Imperio, quien no puede apreciar la fisonomía de Valeria debido a los vendajes, muestra interés en saber si la joven es su hija, pero las respuestas de Valeria le dan a entender que su origen es otro. Así que le ofrece un cheque que Valeria desprecia, pero también le advierte que no se deje manipular por Encarnación.

Valeria se dispone a salir de la casa, mientras Encarnación -en medio de su consternación- duda en pedir auxilio ante la huída de quien cree las ha robado.

Valeria descubre -a través de un periódico- que el doctor Mendoza no es otro que el hombre que ella más odia: el fiscal Miguel Reyes. Colérica, jura vengarse de él.